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«Corrupción en la pandemia» – visto desde la perspectiva peruana

Por Carlos Hermoza Horna;

Ethics & Compliance Officer Latam en Grupo OHL.

Miembro del equipo de Compliance de The Key.

¿La corrupción se ha institucionalizado en el Perú y otros países? ¿La peor pandemia que vivimos es la del incremento de la corrupción? ¿La corrupción es un virus que ataca a todo al mundo? Son algunas de las interrogantes que día a día miles de peruanos se realizan, ante el incremento de casos de corrupción A TODO NIVEL, por encima de las principales preocupaciones nacionales, tales como la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, así como también el incremento del desempleo y la inseguridad ciudadana, que en los últimos años han sido los principales problemas del país, conforme a la siguiente encuesta nacional:

Es una realidad que en el Perú y en el resto de la región se ha registrado un notable incremento de casos vinculados con presuntos actos de corrupción cometidos durante el estado de emergencia a causa del coronavirus, tanto en instituciones públicas como privadas. La sobrevaloración de los productos de primera necesidad, compra de mascarillas, guantes, incluso productos adulterados o de mala calidad, oxigeno medicinal, entre otros, vinculan a funcionarios públicos peruanos con actos presuntamente ilícitos y que siguen siendo materia de investigación.

Si seguimos viendo números representativos del incremento de casos de corrupción en el Perú, podemos referencias a Proética, capítulo peruano de Transparencia Internacional (www.proetica.org.pe) que, en medio de la pandemia, analizó la situación del país en cuanto a los escándalos de corrupción relacionados a varias adquisiciones irregulares que hizo el estado peruano, beneficios indebidos y la imperiosa necesidad de realizar adjudicaciones directas a proveedores que muchas veces no cumplieron con el estándar mínimo de verificación o debida diligencia, que, en un contexto normal, debería aplicarse.

 

El más reciente caso y más sonado de corrupción en el Perú fue el denominado “Vacunagate”, relacionado a la vacunación irregular de funcionarios públicos, familiares de los mismos y hasta el presidente de la República de aquel momento, durante las pruebas de la vacuna china Sinopharm en el Perú; todos se aprovecharon de su posición política para acceder a las vacunas antes que el resto de la población.

 

De acuerdo con el último reporte de Transparencia Internacional 2020, el Perú, se encuentra dentro del primer tercio de países del mundo, con mayor índice de percepción de la corrupción en el sector público, según la percepción de empresarios y analistas del país. Aún así, el Perú vienen implementando medidas de prevención y desarrollando leyes que impidan o frenen los actos de corrupción. Es una realidad que, en los últimos 30 años, los últimos 6 presidentes se han visto envueltos en escándalos de corrupción al más alto nivel, algunos todavía pagan condena en prisión.

Es así que, el Perú está legislando en materia de fortalecimiento de medidas de lucha anticorrupción, responsabilidad administrativa de las empresas y responsabilidad penal de sus integrantes.

 

Entonces, me pregunto: ¿Por qué somos corruptos? ¿La corrupción es inherente al ser humano? Les recomiendo que siempre reflexionen sobre estas cuestiones. Claramente la corrupción no solo es entregarle dinero a otra persona para obtener un hacer o un dejar de hacer. La corrupción es poner mi interés particular por sobre el de los demás, por encima de mi propia sociedad.

 

La corrupción no puede ser motivo de influencia o movilización de conductas que puedan ser percibidas como “normales” en nuestra sociedad. Es decir, si vivimos en un contexto social en el que la corrupción predomina, esta no puede ser concebida como parte de nuestro día a día, no puede ser entendida como un “tengo derecho a hacer lo que me venga en gana y saltearme las reglas”. Debemos fomentar los actos y practicar conductas en las que predomine la ética, integridad y respeto por los demás, por encima de cualquier interés particular o individual.

Y a todo esto: ¿Qué es la integridad?

 

En lo personal, la integridad es hacer lo correcto sin que nadie me vea. Es el respeto hacia los demás, hacia mí mismo y mi propia organización. La integridad es un pilar fundamental para cualquier cultura corporativa y sistema de prevención. La integridad nos vuelva más competitivos en el mercado, genera valor en las organizaciones, asegura transparencia y cumplimiento en nuestra relación con terceros y frente a nuestros grupos de interés, da confianza y además previene riesgos y delitos.

 

Debemos entender que, nosotros como seres humanos somos el resultado de nuestras propias decisiones. Si decidimos influir positivamente en los demás, liderar y predicar con el ejemplo, seguramente combatiremos la corrupción, la alejaremos de nuestro entorno y rechazaremos de nuestro círculo social y profesional.

 

De la mano con la corrupción, llegó no solo al Perú, sino también al resto de la región y el mundo, una variante: el fraude.

 

Hoy en día, en un contexto como el actual, de pandemia, solo hacen falta que entren en juego 3 factores, para que se produzca la inconducta humana, en la que las personas están dispuestas a sacrificar ética e integridad por un beneficio personal o para la propia organización, lo que da lugar a nuevos riesgos que prevenir, identificar y gestionar oportunamente.

 

Para esto debemos referirnos a la denominada teoría del “triángulo del fraude”, en el que necesitamos que tres componentes entren en juego para que se produzca “la tormenta perfecta” como muchos colegas la están llamando, en tiempos de COVID-19, que claramente contribuye a este escenario:

1) Oportunidad: La persona identifica la forma de abusar o aprovecharse de su posición de confianza en la organización para cometer la inconducta.

 

2) Presión: Es la motivación que tiene la persona para cometer el ilícito. Lo que la lleva a cumplir con su objetivo o resolver un problema, mediante prácticas o medios ilegítimos.

 

3) Racionalización: Es la conducta como tal que comete el sujeto, bajo la premisa que es lo correcto o que existe una justificación de por medio.

Las empresas, no solo en el Perú, sino en el resto del mundo, como consecuencia de la crisis por el coronavirus, se han visto expuestas a fraudes de todo tipo, principalmente cibernéticos y estafas, además de casos de corrupción pública y privada, a causa de sus funcionarios, esto con motivo que muchas de ellas no estuvieron preparadas o contaron con los controles adecuados para prevenir los nuevos escenarios de riesgos que se fueron presentando con motivo de la pandemia y el trabajo remoto.

 

Debemos ser conscientes, hoy más que nunca, que, la empresa es considerada un vehículo para cometer actos ilícitos, así como también para promover prácticas que no se ajusten a las políticas corporativas que permiten una adecuada y responsable gestión de la empresa; es aquí en donde el Compliance debe entrar acción, de la mano con ética, la integridad, el gobierno corporativo y la gestión de riesgos.

 

Apostemos por el Compliance, entendiéndolo como una cultura corporativa que va más allá del cumplimiento normativo, de las obligaciones legales o regulatorias de cualquier organización.  Una verdadera cultura de cumplimiento en la empresa asegurará que nuestros colaboradores tomen decisiones éticas y con respeto a la legalidad que les aplica.

 

El éxito de cualquier programa de cumplimiento dependerá del esfuerzo y compromiso que le pongamos todos nosotros.

Imagen de cabecera: unsplash.com